miércoles, 24 de septiembre de 2014

La nostalgia por el esposo


El aedo famoso cantaba ante ellos sentados, silenciosos; cantaba el aciago regreso que Palas Atenea infligió a los aqueos de vuelta de Troya. Desde arriba, en la casa, escuchaba la hija de Icario, la discreta Penélope, el canto, y el alma llegábale. De su alcoba bajó por la larga escalera, no sola porque dábanle fiel compañía a su lado dos siervas. Y al llegar ante los pretendientes, la joven divina se paró y apoyó en la columna que el sólido techo sustentaba, y un espléndido velo caíale sobre sus mejillas, y a un lado y a otro a las siervas tenía.
Y con llanto en los ojos hablóle al aedo divino:
«–Tú que sabes, ¡oh Femio!, contar cosas gratas al hombre, gestas de héroes y dioses, que luego el aedo celebra, cántales una de ellas, sentado a su lado; en silencio beban ellos el vino, mas cesa este cántico triste porque mi corazón se me ansía en el pecho al oírte, pues de mí se apodera un inmenso pesar que no olvido. ¡Ay, tal es la cabeza que lloro al pensar en el héroe cuya fama en la Hélade es tal y en el centro de Argos!»
Y, mirándola, prudentemente, le dijo Telémaco:
«–Madre mía, ¿por qué no deseas que tan digno aedo nos deleite en la forma en que quiera su espíritu hacerlo? Los culpables no son los aedos, es Zeus que concede a cada varón ingenioso lo que a él le parece. No censures a Femio que cuente el aciago destino de los dánaos; los hombres prefieren brindar sus elogios a los más nuevos cantos que puedan llegar a su oído. Tengan tu corazón y tu mente valor para oírlo, pues no solo Odiseo fue quien perdió en Troya su día del regreso, que innúmeros héroes también lo perdieron. Mas retorna a tu alcoba; en tus propios quehaceres ocúpate: el telar y la rueca, y ordena el trabajo a las siervas, porque hablar corresponde tan sólo a los hombres, a todos y a mí más que a ninguno, pues mío es el mando en la casa».
Asombrada, Penélope fuese a su alcoba, pensando todas esas discretas palabras que el hijo había dicho. Y una vez en la alcoba se halló con las siervas reunida,
a Odiseo, su amado consorte, lloró hasta que Atenea, la de claras pupilas, posó dulce sueño en sus párpados.
Odisea, canto I (traducción de Fernando Gutiérrez)

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