YOCASTA: Creo que merezco también yo enterarme de ese tremendo desconsuelo
que te embarga, soberano.
EDIPO: ...Pues ¿a quién otro mejor que a ti se lo explicaría, al pasar por
una situación tal? Por lo que a mí toca, Pólibo de Corinto era mi padre y Mérope
de la estirpe doria la madre. Y era tenido por el hombre más importante de los ciudadanos,
bueno, de los de allí, hasta que ocurrió un suceso de este tenor, merecedor,
sí, de extrañeza pero, sin embargo, ¡la verdad!, no merecedor del interés
desmedido con que yo lo tomé. Ocurrió esto: un hombre en un festín, saturado en
exceso de vino, dice, en su estado de embriaguez, que yo era hijo supuesto de
mi padre. Entonces yo, molesto, a duras penas resistí el día de autos, pero al
otro me presenté a la madre y al padre e intentaba sacarles la verdad. Y ellos
dirigieron duros reproches contra el que soltó la afirmación. Y yo me alegré de
la indignación de ambos, pero sin embargo me picaba siempre esa cosa, pues se
me había metido muy dentro. Entonces, a escondidas de la madre y del padre, me
encamino al lugar de la Informadora, y Febo me despidió sin haber conseguido el
honor de aquello a que fui, pero se apareció declarándome ¡infeliz de mí! otras
respuestas tan espantosas como lamentables: que yo debía tener relaciones con
mi madre y que mostraría a los hombres una descendencia insoportable de
entender, y que sería asesino del padre que me dio el ser. Entonces yo, al oír
esto, calculando en adelante la situación de la tierra corintia basándome en
las estrellas, huía de ella a donde jamás viera en trance de cumplirse las
afrentas de los oráculos nefastos que me estaban destinados. Y avanzando, alcanzo
estos parajes en el ámbito de los cuales dices tú que pereció el caudillo ese.
Sófocles, Edipo Rey
(traducción de José Vara Donado)
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