MEDEA: (Aparece encima de la casa, en un carro tirado
por dragones alados, con los cadáveres de sus hijos.) ¿Por qué
sacudes la puerta e intentas levantar los pestillos, buscando los
cadáveres y a mí que les he dado muerte? Cesa en tu empeño. Si me
necesitas, dilo, si algo quieres. Tal es el carro que nos ha dado el
Sol, padre de mi padre, como baluarte contra manos enemigas.
JASÓN: ¡Oh ser odioso, oh mujer, lo más hostil para los dioses,
para mí y para todo el linaje de los mortales! Tú, que te atreviste a abatir la
espada contra tus hijos, tras haberlos traído al mundo, y a mí me has
aniquilado al dejarme sin hijos. ¿Y aun después de haber llevado a cabo esto,
contemplas el sol y la tierra, cuando has osado cometer el más impío crimen?
¡Ojalá mueras! Ahora pienso con sensatez yo, no habiéndolo hecho antes, cuando
de tu casa y de una tierra extranjera te conduje a una casa griega, gran
desgracia, traidora a tu padre y a la tierra que te crió.
Los dioses han lanzado contra
mí tu genio vengador, pues ya habías dado muerte a tu hermano en el hogar
cuando embarcaste en la nave Argo de bella proa. ¡Por tales hazañas comenzaste!
Te casaste con este hombre, y
me diste unos hijos, a los que has asesinado por causa de un lecho y una
alcoba. No existe una mujer griega que se hubiera atrevido nunca a ejecutar
esto; y antes que con ellas preferí casarme contigo –alianza odiosa y funesta
para mí–, una leona, no una mujer. [...]
¡Vete en mala hora, canalla,
manchada con la sangre de tus propios hijos! A mí solo me resta llorar mi
propio destino, ya que ni voy a disfrutar de mi nueva boda, ni a los hijos que
engendré y crié voy a poder salvarlos vivo, sino que los he perdido.
MEDEA: Largamente me podría extender en replicar tus palabras,
si el padre Zeus no supiera qué cosas de mí has obtenido, y qué cosas me has
hecho. No ibas a vivir tú, después de haber ultrajado mi lecho, una vida placentera,
riéndote de mí. Ni tampoco la princesa, ni el que te procuró la boda, Creonte,
iba a expulsarme impunemente de este país.
Ante esto, sí, leona llámame,
si quieres y Escila, que tiene su cobijo en la llanura tirrénica. A tu corazón,
en efecto, he devuelto el golpe, como debía.
JASÓN: También tú sufres y eres partícipe de estos
males.
MEDEA: Sábelo bien: el dolor me libera, con tal de que tú
no rías.
JASÓN: ¡Oh hijos, qué madre tan malvada os cupo en suerte!
MEDEA: ¡Oh niños, cómo habéis perecido por la locura de
vuestro padre!
JASÓN: No fue mi diestra la que los mató.
MEDEA: Pero sí tu insolencia y tu reciente boda.
JASÓN: ¿Te dignaste darles muerte por causa de un lecho?
MEDEA: ¿Dolor pequeño crees que es esto para una mujer?
JASÓN: Al menos para la que sea sensata. Para ti, en cambio
todo es malo.
MEDEA: Estos ya no existen. Y esto te morderá las
entrañas.
JASÓN: Estos sí existen, ¡ay de mí!, como vengadores de
tu cabeza.
MEDEA: Saben los dioses quién comenzó la desgracia.
Eurípides, Medea, 1327-1373
(traducción de Antonio Guzmán Guerra)
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