domingo, 30 de noviembre de 2014

Cuando Hitler robó el conejo rosa

Los alumnos de 1ºA han leído el libro Cuando Hitler robó el conejo rosa, de Judith Kerr y han realizado estos resúmenes

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miércoles, 19 de noviembre de 2014

Prensa: la noticia.

Textos de los medios de comunicación para 1º de ESO. Vamos a trabajar la prensa, centrándonos en la noticia.

jueves, 25 de septiembre de 2014

Escena de Las Nubes, de Aristófanes


Un campesino, angustiado por las deudas que su hijo, maniático de los caballos, ha contraído, decide ir a la escuela. Quiere salir airoso de los pleitos y no pagar las deudas. Y ha oído que en la escuela vecina a su casa, a la que él llama la Pensadería, dirigida por Sócrates, se aprenden ciencias extrañas.

ESTREPSÍADES: [...] ¿Quién es ese sujeto que está colgado en el aire?
DISCÍPULO: ¡Es él!
ESTREPSÍADES: ¿Y quién es él?
DISCÍPULO: Sócrates.
ESTREPSÍADES: ¡Oh! ¡Sócrates! Venga, hombre, llámalo tú por mí con un buen grito.
DISCÍPULO: Llámalo tú mismo. Yo no tengo tiempo.
ESTREPSÍADES: ¡Sócrates! ¡Socratito!
SÓCRATES: ¿Por qué me reclamas, efímera criatura?
ESTREPSÍADES: Dime tú primero qué es lo que estás haciendo, te lo suplico.
SÓCRATES: Deambulo por el aire y medito sobre el sol.
ESTREPSÍADES: Entonces desprecias a los dioses desde un cesto, y no desde el suelo, ¿no es así?
SÓCRATES: No habría nunca descubierto con precisión los fenómenos celestes sin poner en suspensión mi mente y confundir mi sutil pensamiento con su igual, el aire. Si hubiese hecho en tierra mis observaciones de las cosas de arriba, desde abajo, no habría podido nunca dar con ellas. Sabido es que la tierra atrae hacia sí con violencia la humedad del pensamiento. Este mismo fenómeno se da también en los berros.
ESTREPSÍADES: ¿Cómo dices? ¿El pensamiento atrae la humedad hacia los berros? Vamos, Socratito, baja aquí conmigo y enséñame lo que he venido a aprender.
SÓCRATES: ¿Y para qué has venido?
ESTREPSÍADES: Quiero aprender a pronunciar discursos. Soy presa y botín de intereses y acreedores molestos. Me embargan los bienes.
SÓCRATES: ¿Y cómo te diste cuenta de que te endeudabas hasta las cejas?
ESTREPSÍADES: Me consumió una enfermedad equina, voraz como las que más. Pero enséñame uno de tus razonamientos, el que no restituye ni una mala deuda. Los honorarios que me pidas, juro a los dioses que te los pagaré.
SÓCRATES: ¡Qué es eso de jurar por los dioses! Para empezar, los dioses no son moneda de curso legal entre nosotros.
ESTREPSÍADES: ¿Y qué usáis para jurar? ¿Monedas de hierro como en Bizancio?
SÓCRATES: ¿Quieres conocer claramente la verdadera naturaleza de los asuntos divinos?
ESTREPSÍADES: Claro, por Zeus, si es que se puede.
SÓCRATES: ¿Y entrar en diálogo con nuestras divinidades, las nubes?
ESTREPSÍADES: Por supuestísimo.
SÓCRATES: Siéntate, pues, sobre el diván sagrado.
ESTREPSÍADES: Hecho, ya estoy sentado.
Aristófanes, Las nubes, 218-255
(traducción de Francisco Rodríguez Adrados y Juan Rodríguez Somolinos)

Escena de Medea, de Eurípides


MEDEA: (Aparece encima de la casa, en un carro tirado por dragones alados, con los cadáveres de sus hijos.) ¿Por qué sacudes la puerta e intentas levantar los pestillos, buscando los cadáveres y a mí que les he dado muerte? Cesa en tu empeño. Si me necesitas, dilo, si algo quieres. Tal es el carro que nos ha dado el Sol, padre de mi padre, como baluarte contra manos enemigas.
JASÓN: ¡Oh ser odioso, oh mujer, lo más hostil para los dioses, para mí y para todo el linaje de los mortales! Tú, que te atreviste a abatir la espada contra tus hijos, tras haberlos traído al mundo, y a mí me has aniquilado al dejarme sin hijos. ¿Y aun después de haber llevado a cabo esto, contemplas el sol y la tierra, cuando has osado cometer el más impío crimen? ¡Ojalá mueras! Ahora pienso con sensatez yo, no habiéndolo hecho antes, cuando de tu casa y de una tierra extranjera te conduje a una casa griega, gran desgracia, traidora a tu padre y a la tierra que te crió.
Los dioses han lanzado contra mí tu genio vengador, pues ya habías dado muerte a tu hermano en el hogar cuando embarcaste en la nave Argo de bella proa. ¡Por tales hazañas comenzaste!
Te casaste con este hombre, y me diste unos hijos, a los que has asesinado por causa de un lecho y una alcoba. No existe una mujer griega que se hubiera atrevido nunca a ejecutar esto; y antes que con ellas preferí casarme contigo –alianza odiosa y funesta para mí–, una leona, no una mujer. [...]
¡Vete en mala hora, canalla, manchada con la sangre de tus propios hijos! A mí solo me resta llorar mi propio destino, ya que ni voy a disfrutar de mi nueva boda, ni a los hijos que engendré y crié voy a poder salvarlos vivo, sino que los he perdido.
MEDEA: Largamente me podría extender en replicar tus palabras, si el padre Zeus no supiera qué cosas de mí has obtenido, y qué cosas me has hecho. No ibas a vivir tú, después de haber ultrajado mi lecho, una vida placentera, riéndote de mí. Ni tampoco la princesa, ni el que te procuró la boda, Creonte, iba a expulsarme impunemente de este país.
Ante esto, sí, leona llámame, si quieres y Escila, que tiene su cobijo en la llanura tirrénica. A tu corazón, en efecto, he devuelto el golpe, como debía.
JASÓN: También tú sufres y eres partícipe de estos males.
MEDEA: Sábelo bien: el dolor me libera, con tal de que tú no rías.
JASÓN: ¡Oh hijos, qué madre tan malvada os cupo en suerte!
MEDEA: ¡Oh niños, cómo habéis perecido por la locura de vuestro padre!
JASÓN: No fue mi diestra la que los mató.
MEDEA: Pero sí tu insolencia y tu reciente boda.
JASÓN: ¿Te dignaste darles muerte por causa de un lecho?
MEDEA: ¿Dolor pequeño crees que es esto para una mujer?
JASÓN: Al menos para la que sea sensata. Para ti, en cambio todo es malo.
MEDEA: Estos ya no existen. Y esto te morderá las entrañas.
JASÓN: Estos sí existen, ¡ay de mí!, como vengadores de tu cabeza.
MEDEA: Saben los dioses quién comenzó la desgracia.
Eurípides, Medea, 1327-1373
(traducción de Antonio Guzmán Guerra)

Escena de Antígona, de Sófocles


Hécuba, escena de Las Troyanas, de Eurípides


El dilema de Edipo, de Edipo Rey, de Sófocles


YOCASTA: Creo que merezco también yo enterarme de ese tremendo desconsuelo que te embarga, soberano.
EDIPO: ...Pues ¿a quién otro mejor que a ti se lo explicaría, al pasar por una situación tal? Por lo que a mí toca, Pólibo de Corinto era mi padre y Mérope de la estirpe doria la madre. Y era tenido por el hombre más importante de los ciudadanos, bueno, de los de allí, hasta que ocurrió un suceso de este tenor, merecedor, sí, de extrañeza pero, sin embargo, ¡la verdad!, no merecedor del interés desmedido con que yo lo tomé. Ocurrió esto: un hombre en un festín, saturado en exceso de vino, dice, en su estado de embriaguez, que yo era hijo supuesto de mi padre. Entonces yo, molesto, a duras penas resistí el día de autos, pero al otro me presenté a la madre y al padre e intentaba sacarles la verdad. Y ellos dirigieron duros reproches contra el que soltó la afirmación. Y yo me alegré de la indignación de ambos, pero sin embargo me picaba siempre esa cosa, pues se me había metido muy dentro. Entonces, a escondidas de la madre y del padre, me encamino al lugar de la Informadora, y Febo me despidió sin haber conseguido el honor de aquello a que fui, pero se apareció declarándome ¡infeliz de mí! otras respuestas tan espantosas como lamentables: que yo debía tener relaciones con mi madre y que mostraría a los hombres una descendencia insoportable de entender, y que sería asesino del padre que me dio el ser. Entonces yo, al oír esto, calculando en adelante la situación de la tierra corintia basándome en las estrellas, huía de ella a donde jamás viera en trance de cumplirse las afrentas de los oráculos nefastos que me estaban destinados. Y avanzando, alcanzo estos parajes en el ámbito de los cuales dices tú que pereció el caudillo ese.
Sófocles, Edipo Rey
(traducción de José Vara Donado) 



Fragmento de Prometeo encadenado, de Esquilo


Prometeo, un titán preocupado y previsor, había engañado a los dioses haciendo que recibieran la peor parte de cualquier animal sacrificado y los humanos, la mejor. Además, había robado el fuego sagrado para entregárselo a los mortales. Por eso, y porque poseía el conocimiento profético de quién derrocaría a Zeus,
un día, es castigado por el dios.
La desgracia de Prometeo
CORIFEO: Revélanos todo y danos a nosotras tu información: ¿En qué culpa te ha hallado Zeus para castigarte tan infame y amargamente? Explícanoslo, si es que no te lastima el contarlo.
PROMETEO: [...] En cuando a lo que me preguntáis, el motivo por el que me ultraja de este modo, ahora os lo aclararé. Apenas se sentó en el trono de su padre, empezó a repartir prebendas a las divinidades, unas a unos y otras a otros, y organizó su imperio. Pero de los apurados mortales no tuvo ninguna consideración,
sino que deseaba, tras aniquilar su raza entera, producir otra nueva. Y a esto no se oponía nadie más que yo. Y yo, con mi audacia, libré a los humanos de caer,
aplastados en el Hades. Por eso estoy doblegado bajo tales tormentos, dolorosos de sufrir, penosos de ver. Por haber preferido la piedad hacia los mortales, no
fui considerado digno de obtenerla, sino que sin la menor compasión estoy así sometido, espectáculo infamante para Zeus.
Esquilo, Prometeo encadenado, 193-241
(traducción de Bernardo Perea Morales)

miércoles, 24 de septiembre de 2014

La humana vuelta del héroe



...Y en él fue creciendo un deseo de llanto, y lloraba abrazado a su fiel y amadísima esposa. Así como la tierra aparece tan grata a los náufragos,
los que Poseidón en el medio del mar echó a pique el armónico buque, a merced de las olas y el viento, y unos pocos consiguen salir de la espuma nadando y la orilla alcanzar, y sus cuerpos de sal se han vestido y con júbilo pisan la tierra, y a salvo de males, así ver a su esposo era dulce también para ella y sus brazos nevados seguían en torno a su cuello. Y llorando les viera la Aurora de dedos de rosa si Atenea, la diosa de claras pupilas, no hubiese alargado la noche en su fin; deteniendo en las aguas del Océano el áureo sitial de la Aurora, impidiéndole enganchar corceles que traen la luz al hombre.
Odisea, canto XXIII (traducción de Fernando Gutiérrez)

Ulises y el cíclope Polifemo


Yo le ofrecí de nuevo rojo vino. Tres veces se lo llevé y tres veces bebió sin medida. Después, cuando el rojo vino había invadido la mente del Cíclope, me dirigí a él con dulces palabras:
«cíclope, ¿me preguntas cuál es mi nombre? Te lo voy a decir, mas dame tú el don de la hospitalidad como me has prometido. Nadie es mi nombre, y Nadie me llaman mi madre y mi padre y mis compañeros».
Así hablé y él me contestó con ánimo cruel:
«A Nadie me lo comeré el último entre sus compañeros, y a los otros antes. Este será tu don de hospitalidad».
Dijo, y reclinándose cayó boca arriba. Estaba tumbado con su robusto cuello inclinado a un lado, y de su garganta saltaba vino y trozos de carne humana; eructaba cargado de vino. Entonces arrimé la estaca bajo el abundante rescoldo para que se calentara y comencé a animar con mi palabra a todos los compañeros, no fuera que alguien se me escapara por miedo. Y cuando en breve la estaca estaba a punto de arder en el fuego, verde como estaba, y se calentaba terriblemente, me acerqué y la saqué del fuego, y mis compañeros me rodearon, pues sin duda un demonio les infundió gran valor. Tomaron la aguda estaca de olivo y se la clavaron arriba en el ojo, y yo hacía fuerza desde arriba y le daba vueltas. Como cuando un hombre taladra con un trépano la madera destinada a un navío –otros abajo la atan a ambos lados con una correa y la madera gira continua, incesantemente–, así hacíamos dar vueltas, bien asida, a la estaca de punta de fuego en el ojo del cíclope, y la sangre corría por la estaca caliente. Al arder la pupila, el soplo del fuego le quemó los párpados, y las cejas y las raíces crepitaban por el fuego. Como cuando un herrero sumerge una gran hacha o una garlopa en agua fría para templarla, y esta estrinde grandemente –pues este es el poder del hierro–, así estridía su ojo en torno de la estaca de olivo. Y lanzó un gemido grande, horroroso, y la piedra retumbó en torno, y nosotros nos echamos a huir aterrorizados.
Odisea, canto IX, 360-398 (traducción de José Luis Calvo)

La nostalgia por el esposo


El aedo famoso cantaba ante ellos sentados, silenciosos; cantaba el aciago regreso que Palas Atenea infligió a los aqueos de vuelta de Troya. Desde arriba, en la casa, escuchaba la hija de Icario, la discreta Penélope, el canto, y el alma llegábale. De su alcoba bajó por la larga escalera, no sola porque dábanle fiel compañía a su lado dos siervas. Y al llegar ante los pretendientes, la joven divina se paró y apoyó en la columna que el sólido techo sustentaba, y un espléndido velo caíale sobre sus mejillas, y a un lado y a otro a las siervas tenía.
Y con llanto en los ojos hablóle al aedo divino:
«–Tú que sabes, ¡oh Femio!, contar cosas gratas al hombre, gestas de héroes y dioses, que luego el aedo celebra, cántales una de ellas, sentado a su lado; en silencio beban ellos el vino, mas cesa este cántico triste porque mi corazón se me ansía en el pecho al oírte, pues de mí se apodera un inmenso pesar que no olvido. ¡Ay, tal es la cabeza que lloro al pensar en el héroe cuya fama en la Hélade es tal y en el centro de Argos!»
Y, mirándola, prudentemente, le dijo Telémaco:
«–Madre mía, ¿por qué no deseas que tan digno aedo nos deleite en la forma en que quiera su espíritu hacerlo? Los culpables no son los aedos, es Zeus que concede a cada varón ingenioso lo que a él le parece. No censures a Femio que cuente el aciago destino de los dánaos; los hombres prefieren brindar sus elogios a los más nuevos cantos que puedan llegar a su oído. Tengan tu corazón y tu mente valor para oírlo, pues no solo Odiseo fue quien perdió en Troya su día del regreso, que innúmeros héroes también lo perdieron. Mas retorna a tu alcoba; en tus propios quehaceres ocúpate: el telar y la rueca, y ordena el trabajo a las siervas, porque hablar corresponde tan sólo a los hombres, a todos y a mí más que a ninguno, pues mío es el mando en la casa».
Asombrada, Penélope fuese a su alcoba, pensando todas esas discretas palabras que el hijo había dicho. Y una vez en la alcoba se halló con las siervas reunida,
a Odiseo, su amado consorte, lloró hasta que Atenea, la de claras pupilas, posó dulce sueño en sus párpados.
Odisea, canto I (traducción de Fernando Gutiérrez)

Despedida de Héctor y Andrómaca


La esposa de Héctor, de broncíneo casco, le salió entonces al paso, y con ella se acercó la sirvienta, llevando en su regazo al delicado niño, todavía sin habla, el preciado Hectórida, semejante a un bello astro. Héctor solía llamarlo Escamandrio, pero los demás Astianacte; pues Héctor era el único que protegía Ilio. Este sonrió mirando al niño en silencio, y Andrómaca se detuvo cerca, derramando lágrimas; le asió la mano, lo llamó con todos sus nombres y dijo: 
«¡Desdichado! Tu furia te perderá. Ni siquiera te apiadas de tu tierno niño ni de mí, infortunada, que pronto viuda de ti quedaré. Pues pronto te matarán los aqueos, atacándote todos a la vez. Y para mí mejor sería, si te pierdo, sumergirme bajo tierra. Pues ya no habrá otro consuelo, cuando cumplas tu hado, sino solo sufrimientos. […] ¡Oh, Héctor! Tú eres para mí mi padre y mi augusta madre, y también mi hermano, y tú eres mi lozano esposo. ¡Ea!, compadécete ahora y quédate aquí, sobre la torre. No dejes a tu niño huérfano, ni viuda a tu mujer. […]». Le dijo, a su vez, el alto Héctor, de tremolante penacho: 
«También a mí me preocupa todo eso, mujer; pero tremenda vergüenza me dan los troyanos y troyanas, de rozagantes mantos, si como un cobarde trato de escabullirme lejos del combate.[…] Bien sé yo esto en mi mente y en mi ánimo: habrá un día en que seguramente perezca la sacra Ilio, y Príamo y la hueste de Príamo, el de buena lanza de fresno. Mas no me importa tanto el dolor de los troyanos en el futuro ni el de la propia Hécuba ni el del soberano Príamo ni el de mis hermanos, que, muchos y valerosos, puede que caigan en el polvo bajo los enemigos, como el tuyo, cuando uno de los aqueos, de broncíneas túnicas, te lleve envuelta en lágrimas y te prive del día de la libertad. […] 
Más ojalá un montón de tierra me oculte, ya muerto, antes de oír tu grito y ver cómo te arrastran». 
Tras hablar así, el preclaro Héctor se estiró hacia su hijo. Y el niño hacia el regazo de la nodriza, de bello ceñidor, retrocedió con un grito, asustado del aspecto de su padre. Lo intimidaron el bronce y el penacho de crines de caballo, al verlo oscilar temiblemente desde la cima del casco. Y se echó a reír su padre, y también su augusta madre. Entonces el esclarecido Héctor se quitó el casco de la cabeza y lo depositó, resplandeciente, sobre el suelo. Después, tras besar a su hijo y mecerlo en los brazos, dijo elevando una plegaria a Zeus y a los demás dioses: 
«¡Zeus y demás dioses! Concededme que este niño mío llegue a ser como yo, sobresaliente entre los troyanos, igual de valeroso en fuerza y rey con poder soberano en Ilio. Que alguna vez uno diga de él: “Es mucho mejor que su padre”, al regresar del combate. Y que traiga ensangrentados despojos del enemigo muerto y que a su madre alegre el corazón». 
Tras hablar así, en los brazos de su esposa puso a su hijo, y esta lo acogió en su fragante regazo, entre lágrimas riendo. Su marido se compadeció al notarlo, la acarició con la mano, la llamó con todos sus nombres. 
Ilíada, Canto XXII, 400-485 (traducción de Juan M. Rodríguez) 

Canto XIX de la Ilíada. Fragmento


Ya que todos los aqueos
se habían agrupado, entre ellos
levantándose Aquiles,
el de los pies ligeros, así dijo:
«Atrida, ¿realmente ha resultado
en algo esto mejor para nosotros,
para los dos entrambos,
para ti y para mí, cuando uno y otro,
afligidos en nuestro corazón,
nos irritamos por una muchacha
en reyerta devoradora del alma? [...]

La diversidad lingüística. Vocabulario. Tema 2.


Lengua. Estructura abstracta de un idioma, que todos los hablantes guardan en su cerebro.
Habla. Uso que cada persona hace de la lengua cuando habla o escribe.
Norma. Conjunto de pautas o reglas ortográficas que regula una lengua.
Variantes diatópicas (espacio). Expresiones lingüísticas diferenciadas propias de grupos de hablantes que viven a cierta distancia unos de otros.
Variantes diacrónicas (tiempo). Los cambios que sufre una lengua con el paso del tiempo.
Cambio lingüístico. Fenómeno por el cual una lengua tiende con el tiempo a transformarse en todos los aspectos (desde el número y naturaleza de los fonemas hasta el vocabulario, pasando por la morfología y la sintaxis), sin experimentar por ello mejora ni deterioro.
Arcaísmo. Palabras propias de variantes diacrónicas del pasado que se conservan en ciertas zonas o se utilizan en textos literarios.
Variantes diastráticas. Cambios que sufre la lengua en relación con los diferentes grupos sociales.
Jerga. Variante diastrática propia de un grupo social.
Argot (cheli). Jerga propia de delincuentes y marginales.
Vulgarismo. Rasgo lingüístico propio del nivel vulgar de la lengua.
Hipocorístico. Variantes abreviadas de palabras de uso común, con connotaciones infantiles, coloquiales o vulgares.
Dequeísmo. Es la introducción de un “de” improcedente delante de “que”.
Queísmo. Es la eliminación de la preposición “de” delante de “que” para evitar el dequeísmo.
Hipercorrección o ultracorrección. Error ocasionado por el deseo del hablante de evitar un vulgarismo.
Variantes diafásicas. Registros por los que una persona puede ir pasando.